|   | 
Capitolo 5 
Pinocchio ha fame, e  cerca un uovo per farsi una frittata; ma sul più bello, la frittata gli vola  via dalla finestra.  
 
              Intanto cominciò a farsi  notte, e Pinocchio, ricordandosi che non aveva mangiato nulla, sentì  un’uggiolina allo stomaco, che somigliava moltissimo all’appetito. 
              Ma l’appetito nei ragazzi  cammina presto; e di fatti dopo pochi minuti l’appetito diventò fame, e la  fame, dal vedere al non vedere, si convertì in una fame da lupi, una fame da  tagliarsi col coltello. 
              Il povero Pinocchio corse  subito al focolare, dove c’era una pentola che bolliva e fece l’atto di  scoperchiarla, per vedere che cosa ci fosse dentro, ma la pentola era dipinta  sul muro. Figuratevi come restò. Il suo naso, che era già lungo, gli diventò  più lungo almeno quattro dita. Allora si dette a correre per la stanza e a frugare  per tutte le cassette e per tutti i ripostigli in cerca di un po’ di pane,  magari un po’ di pan secco, un crosterello, un osso avanzato al cane, un po’ di  polenta muffita, una lisca di pesce, un nocciolo di ciliegia, insomma di  qualche cosa da masticare: ma non trovò nulla, il gran nulla, proprio nulla. 
              E intanto la fame cresceva,  e cresceva sempre: e il povero Pinocchio non aveva altro sollievo che quello di  sbadigliare: e faceva degli sbadigli così lunghi, che qualche volta la bocca  gli arrivava fino agli orecchi. E dopo avere sbadigliato, sputava, e sentiva  che lo stomaco gli andava via. 
              Allora piangendo e  disperandosi, diceva: 
  — Il Grillo-parlante aveva  ragione. Ho fatto male a rivoltarmi al mio babbo e a fuggire di casa… Se il mio  babbo fosse qui, ora non mi troverei a morire di sbadigli! Oh! che brutta  malattia che è la fame! 
              Quand’ecco gli parve di  vedere nel monte della spazzatura qualche cosa di tondo e di bianco, che  somigliava tutto a un uovo di gallina. Spiccare un salto e gettarvisi sopra, fu  un punto solo. Era un uovo davvero. 
              La gioia del burattino è  impossibile descriverla: bisogna sapersela figurare. Credendo quasi che fosse  un sogno, si rigirava quest’uovo fra le mani, e lo toccava e lo baciava, e  baciandolo diceva: 
  — E ora come dovrò  cuocerlo? Ne farò una frittata?… No, è meglio cuocerlo nel piatto!… O non  sarebbe più saporito se lo friggessi in padella? O se invece lo cuocessi a uso  uovo da bere? No, la più lesta di tutte è di cuocerlo nel piatto o nel  tegamino: ho troppa voglia di mangiarmelo! Detto fatto, pose un tegamino sopra  un caldano pieno di brace accesa: messe nel tegamino, invece d’olio o di burro,  un po’ d’acqua: e quando l’acqua principiò a fumare, tac!;.. spezzò il guscio  dell’uovo, e fece l’atto di scodellarvelo dentro. 
              Ma invece della chiara e  del torlo, scappò fuori un pulcino tutto allegro e complimentoso, il quale,  facendo una bella riverenza, disse: 
  — Mille grazie, signor  Pinocchio, d’avermi risparmiata la fatica di rompere il guscio! Arrivedella,  stia bene e tanti saluti a casa! 
              Ciò detto distese le ali e,  infilata la finestra che era aperta, se ne volò via a perdita d’occhio. 
              Il povero burattino rimase  lì, come incantato, cogli occhi fissi, colla bocca aperta e coi gusci dell’uovo  in mano. Riavutosi, peraltro, dal primo sbigottimento, cominciò a piangere, a  strillare, a battere i piedi in terra, per la disperazione, e piangendo diceva: 
  — Eppure il Grillo-parlante  aveva ragione! Se non fossi scappato di casa e se il mio babbo fosse qui, ora  non mi troverei a morire di fame! Oh! che brutta malattia che è la fame!… 
 
          E perché il corpo gli  seguitava a brontolare più che mai, e non sapeva come fare a chetarlo, pensò di  uscir di casa e di dare una scappata al paesello vicino, nella speranza di  trovare qualche persona caritatevole che gli avesse fatto l’elemosina di un po’  di pane.  | 
  | 
CAPÍTULO V 
Pinocho tiene hambre, y buscando, buscando, encontró un   huevo con el cual pensó hacer una tortilla; pero cuando menos los   pensaba se encontró con que la tortilla salió volando por la ventana.   Mientras tanto se iba haciendo de noche. Pinocho se acordó de que no   había comido nada, Y empezó a sentir en el estómago un cosquilleo que se   parecía muchísimo al apetito. Pero el apetito en los muchachos camina   muy de prisa. A los pocos minutos el apetito de Pinocho se convirtió en   hambre, y en un abrir y cerrar de ojos el ambre se hizo canina, rabiosa. 
              El pobre Pinocho se acercó al fuego donde estaba aquella   olla que hervía, y quiso destaparla para ver lo que había dentro; pero   ya os acordáis que estaba pintada en la pared. Figuraos la cara que   puso. La nariz, que ya era bien larga, le creció lo menos una cuarta. 
              Entonces empezó a recorrer la habitación buscando por   todos los cajones y por todos los escondrijos un poco de pan, aunque   fuera muy duro y muy seco; una corteza, un hueso que se hubiera dejado   para los perros, una raspa de pescado: cualquier cosa, en fin, que se   pudiera llevar a la boca; pero no encontró nada, ¡nada! ¡¡absolutamente   nada!! 
              Y mientras tanto el hambre crecía y crecía. El pobre   Pinocho no tenía más consuelo ni más alivio que bostezar; y eran tan   grandes los bostezos, que algunas veces abría la boca hasta las ore]as.   Pero a pesar de los bostezos, el estómago seguía dando tirones. 
              Entonces empezó a llorar y a desesperarse, mientras decía: 
              --¡Razón tenía el grillo-parlante! ¡Qué mal he hecho en   rebelarme contra mi papá y en escaparme de casa! Dios me castiga. ¡Si mi   papá estuviera aquí, no me vería expuesto a morir bostezando! ¡Oh! ¡Qué   enfermedad tan mala es el hambre! 
              De pronto le pareció ver en el montón de virutas una cosa   redonda y blanca, semejante a un huevo de gallina. Dar un salto y   cogerlo, fue cuestión de un momento: era un huevo de verdad.No es   posible describir la alegría del muñeco; poneos en su caso. Temía estar   soñando; acariciaba el huevo, le daba vueltas mirándole por todos lados,   y lo besaba diciendo: 
              --¿Y ahora cómo lo guisaré? ¿Haré una tortilla? ¡No;   estará mejor pasado por agua! ¿Y no estará más sabroso frito? ¿Y   escalfado? ¡No; lo mejor que puedo hacer es cocerlo en una cacerola!   Esto es lo más rápido, y el hambre que tengo no es para esperar mucho. 
              Dicho y hecho; puso una cacerola en una estufita que tenía   algunas brasas; echó un poco de agua en vez de aceite o de manteca, y   cuando empezó a hervir, ¡tac!, rompió el cascarón del huevo para   hecharlo dentro. 
              Pero en lugar de clara y yema salió un pollito muy alegre y   muy ceremonioso, que después de acerle una linda reverencia, dijo: 
              --Muchísimas gracias, señor Pinocho, por haberme evitado   la molestia de romper el cascarón. ¡Vaya, hasta la vista! ¡Me alegrro   mucho de verle bueno, y recuerdos a la familia! 
              Después de decir esto extendió sus alitas, y salió volando por la ventana hasta que se perdio de vista. 
              El pobre muñeco se quedó estupefacto, con los ojos fijos,   la boca abierta y las cáscaras del huevo en las manos. Cuando volvió de   su asombro comenzó a llorar, a gritar y a dar patadas en el suelo con   desesperación, diciendo: 
              --¡Cuanta razón tenía el grillo-parlante! ¡Si yo no me   hubiera escapado de casa y si mi papá estuviera aquí, no me moriría de   hambre! 
              Y como el estómago le gritaba cada vez más y no sabía cómo   hacerle callar, se le ocurrió salir de la casa y dar una vuelta, con la   esperanza de encontrar alguna persona caritativa que le socorriera con   un pedazo de pan. 
 
 
  |