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Capitolo 4 
 
La storia di Pinocchio  col Grillo-parlante, dove si vede come i ragazzi cattivi hanno a noia di  sentirsi correggere da chi ne sa più di loro.  
 
Vi dirò dunque, ragazzi,  che mentre il povero Geppetto era condotto senza sua colpa in prigione, quel monello  di Pinocchio, rimasto libero dalle grinfie del carabiniere, se la dava a gambe  giù attraverso ai campi, per far più presto a tornarsene a casa; e nella gran  furia del correre saltava greppi altissimi, siepi di pruni e fossi pieni  d’acqua, tale e quale come avrebbe potuto fare un capretto o un leprottino  inseguito dai cacciatori. Giunto dinanzi a casa, trovò l’uscio di strada  socchiuso. Lo spinse, entrò dentro, e appena ebbe messo tanto di paletto, si  gettò a sedere per terra, lasciando andare un gran sospirone di contentezza. 
Ma quella contentezza durò  poco, perché sentì nella stanza qualcuno che fece: 
—  Crì-crì-crì!             
— Chi è che mi chiama? —  disse Pinocchio tutto impaurito. 
— Sono io! 
Pinocchio si voltò e vide  un grosso Grillo che saliva lentamente su su per il muro. 
— Dimmi, Grillo: e tu chi  sei? 
— Io sono il  Grillo-parlante, ed abito in questa stanza da più di cent’anni. 
— Oggi però questa stanza è  mia, — disse il burattino, — e se vuoi farmi un vero piacere, vattene subito,  senza nemmeno voltarti indietro. 
— Io non me ne anderò di  qui, — rispose il Grillo, — se prima non ti avrò detto una gran verità. 
— Dimmela e spìcciati. 
— Guai a quei ragazzi che  si ribellano ai loro genitori e che abbandonano capricciosamente la casa  paterna! Non avranno mai bene in questo mondo; e prima o poi dovranno  pentirsene amaramente. 
— Canta pure, Grillo mio,  come ti pare e piace: ma io so che domani, all’alba, voglio andarmene di qui,  perché se rimango qui, avverrà a me quel che avviene a tutti gli altri ragazzi,  vale a dire mi manderanno a scuola e per amore o per forza mi toccherà  studiare; e io, a dirtela in confidenza, di studiare non ne ho punto voglia e  mi diverto più a correre dietro alle farfalle e a salire su per gli alberi a  prendere gli uccellini di nido. 
— Povero grullerello! Ma non sai che, facendo così, diventerai da grande un  bellissimo somaro e che tutti si piglieranno gioco di te? 
— Chétati. Grillaccio del  mal’augurio! — gridò Pinocchio. Ma il Grillo, che era paziente e filosofo,  invece di aversi a male di questa impertinenza, continuò con lo stesso tono di  voce: 
— E se non ti garba di  andare a scuola, perché non impari almeno un mestiere, tanto da guadagnarti  onestamente un pezzo di pane? 
— Vuoi che te lo dica? —  replicò Pinocchio, che cominciava a perdere la pazienza. — Fra tutti i mestieri  del mondo non ce n’è che uno solo, che veramente mi vada a genio. 
— E questo mestiere  sarebbe?… 
— Quello di mangiare, bere,  dormire, divertirmi e fare dalla mattina alla sera la vita del vagabondo. 
— Per tua regola, — disse  il Grillo-parlante con la sua solita calma, — tutti quelli che fanno codesto  mestiere finiscono sempre allo spedale o in prigione. 
— Bada, Grillaccio del  mal’augurio!… se mi monta la bizza, guai a te! 
— Povero Pinocchio! Mi fai  proprio compassione!… 
— Perché ti faccio  compassione? 
— Perché sei un burattino  e, quel che è peggio, perché hai la testa di legno. 
A queste ultime parole,  Pinocchio saltò su tutt’infuriato e preso sul banco un martello di legno lo  scagliò contro il Grillo-parlante. Forse non credeva nemmeno di colpirlo: ma  disgraziatamente lo colse per l’appunto nel capo, tanto che il povero Grillo  ebbe appena il fiato di fare crì-crì-crì, e poi rimase lì stecchito e  appiccicato alla parete.  | 
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4. Kapitel 
CAPÍTULO IV 
              De lo que sucedió a Pinocho con el grillo-parlante, en lo   cual se ve que los niños malos no se dejan guiar por quien sabe más que   ellos. 
              Pues, señor, sucedió que mientras el pobre Goro era   conducido a la cárcel sin culpa alguna, el monigote de Pinocho, libre ya   de las garras del guardia, escapó a campo traviesa; corría como un   automóvil, y en el entusiasmo de la carrera saltaba altísimos   matorrales, setos, piedras y fosos llenos de agua, como una liebre   perseguida por galgos.Cuando llegó a su casa encontró la puerta   entornada. Abrió, entró en la habitación, y después de correr el cerrojo   se sentó en el suelo, lanzando un gran suspiro de satisfacción.Pero la   satisfacción le duró poco, porque oyó que alguien decía dentro del   cuarto: 
              --¡Cri, cri, cri! 
              --¿Quién me llama? --gritó Pinocho lleno de miedo. 
              --Soy yo. 
              Volvió Pinocho la cabeza, y vio que era un grillo que subía poco a poco por la pared. 
              --Dime, grillo: ¿y tú quién eres? 
              --Yo soy el grillo-parlante que vive en esta habitación hace más de cien años. 
              -Bueno --contestó el muñeco--; pero hoy esta habitación es   mía; si quieres hacerme un gran favor márchate prontito y sin volver   siquiera la cabeza. 
              --No me marcharé sin decirte antes una verdad como un templo. 
              --Pues dila, y despacha pronto. 
              --¡Ay de los niños que se rebelan contra su padre y   abandonan caprichosamente la casa paterna! Nada bueno puede sucederles   en el mundo, y pronto o tarde acabarán por arrepentirse amargamente. 
              --Como quieras, señor grillo; pero yo sé que mañana al   amanecer me marcho de aquí, porque si me quedo, me sucederá lo que a   todos los niños: me llevarán a la escuela y tendré que estudiar quiera o   no quiera. Y yo te digo en confianza que no me gusta estudiar, y que   mejor quiero entretenerme en cazar mariposas y en subir a los árboles a   cogrer nidos de pájaros. 
              ... y cogiendo un maso de madera que había sobre el banco... 
              --¡Pobre tonto! Pero, ¿no comprendes que de ese modo   cuando seas mayor estarás hecho un solemne borrico y que todo el mundo   se burlará de ti? 
              --¡Cállate, grillucho de mal agüero!--gritó Pinocho. 
              Pero el grillo, que era paciente y filósofo, no se   incomodó al oir esta impertinencia, y continuó diciendo con el mismo   tono: 
              --Y ya que no te gusta ir a la escuela, ¿por qué no   aprendes al menos un oficio que te sirva para ganar honradamente un   pedazo de pan? 
              --¿Quieres que te lo diga?--contestó Pinocho, que empezaba   ya a perder la paciencia--. Entre todos los oficios del mundo no hay   más que uno que me guste. 
              --¿Y qué oficio es ese? 
              --El de comer, beber, dormir, divertirme y hacer desde la mañana a la noche vida de paseante en corte. 
              --Te advierto-- replicó el grillo-parlante con su   acostumbrada calma-- que todos los que siguen ese oficio acaban casi   siempre en el hospital o en la carcel. 
              --¡Mira, grillucho de mal agüero, si se me acaba la paciencia, pobre de tí! 
              --¡Pinocho! ¡Pinocho! ¡Me das verdadera lástima! 
              --¿Por qué te doy lástima? 
              --Porque eres un muñeco, y, lo que es peor aún, porque tienes la cabeza de madera. 
              Al oír estas palabras saltó del suelo Pinocho muy   enfurecido, y cogiendo un mazo de madera que había sobre el banco, se lo   tiró al grillo-parlante. 
              Quizás no creía que iba a darle; pero, por desgracia, le   dio en la misma cabeza, y el pobre grillo apenas si pudo decir cri, cri   quedó aplastado en la pared.  |